En el espacio silencioso que se abre al final del año, cuando el ruido baja y las certezas se aflojan, diciembre se convierte en una antesala. Una reflexión sobre lo habitado, lo aprendido y la posibilidad, todavía abierta, de crecer con más atención, en la vida, en el trabajo y en la hospitalidad.

Hay un momento en diciembre en el que los espacios parecen cambiar de temperatura.
No es el clima. Es otra cosa.
Las mesas se quedan quietas un segundo más. Las luces dejan de intentar impresionar. El silencio, por fin, no se siente incómodo.
No es aún el final del año, pero ya no es su centro. Es ese lugar intermedio donde nada se cierra del todo y, sin embargo, algo empieza a acomodarse.
A lo largo de 2025 caminamos siempre sin saber hacia dónde. A veces con convicción, otras por costumbre. Hubo decisiones que se tomaron rápido y se entendieron tarde. Ideas que llegaron vestidas de urgencia y se fueron sin despedirse. Otras, más discretas, permanecieron cerca, esperando ser escuchadas.

En hospitalidad, como en la vida, no todo lo impecable sostiene. Hay gestos perfectamente ejecutados que no dejan huella. Y hay actos mínimos, una mirada, una pausa, una atención sin prisa, que cambian el tono completo de un lugar.
Confundimos movimiento con crecimiento. Ruido con presencia. Agenda llena con sentido. Diciembre no corrige nada; simplemente revela.
Revela el cansancio acumulado.
Revela lo que nos sostuvo sin hacer escándalo.
Revela el momento exacto en el que dejamos de escuchar para defender una idea.
También deja ver las fisuras. No como amenaza, sino como evidencia de uso. Nada que haya sido habitado con honestidad permanece intacto. La fragilidad, vista de cerca, no es debilidad: es rastro de vida.
La belleza verdadera rara vez se impone. No necesita volumen. Aparece cuando alguien decide no exagerar. Cuando el buen gusto deja de ser ornamento y se convierte en cuidado. Cuando se elige no responder a la agresividad, ni a la ignorancia, ni a la prisa disfrazada de carácter.

Hay algo profundamente humano, y profundamente hospitalario, en la curiosidad. En no dar nada por sabido. En permitir que el otro nos sorprenda. En aceptar que algunas respuestas todavía no están listas.
Tal vez por eso diciembre se siente como una antesala. No promete. No explica. No empuja. Solo deja el espacio abierto para notar lo que sigue ahí cuando el ruido baja.
Agradecer, en este punto, no es un acto ceremonial. Es una forma de orientación. Agradecer lo que resistió. Lo que cambió. Lo que se fue. Lo que, sin anunciarse, nos obligó a crecer de formas que no habíamos previsto.
Xmas is here!
No como un cierre.
Como una pausa compartida.
Lo demás, si llega, todavía está aprendiendo a tomar forma.






