*La responsabilidad moral y empresarial de dar de regreso: el valor humano y empresarial de apoyar a la comunidad
Introducción: cuando el acto de dar, te define
Desde muy joven entendí que “dar” no es un acto de grandeza, sino un acto de conciencia. Crecí descubriendo que el verdadero valor de las cosas no está en lo que poseemos, sino en lo que dejamos en otros. Cuando era estudiante y mis recursos eran limitados, juntaba mis ahorros para comprar juguetes y llevarlos a los niños de mi pueblo en Navidad. Recuerdo cómo salían de sus casas corriendo con los ojos brillantes, con esa mezcla de sorpresa e inocencia que solo la infancia sostiene. Yo siempre terminaba con lágrimas en los ojos. No por tristeza, sino porque en esos instantes uno comprende que la alegría genuina cuesta muy poco y transforma mucho.

Con el tiempo, mi vida profesional me llevó a empresas donde el giving back no era un discurso corporativo, sino un hábito cultural. Varias veces participé en la carrera Terry Fox, motivado por un jefe que había enfrentado de cerca el cáncer en su familia. Con esta empresa, pintamos escuelas, restauramos zonas de juego, recibimos donaciones de mochilas y útiles escolares por parte de nuestros huéspedes, etcétera.
En Quintana Roo limpiamos playas remotas, sin casas ni hoteles frente al mar, en las que 40 de nosotros recolectamos más de 95 kilos de basura, todo transportado por el mar desde países tan lejanos como Japón, Alemania…
En Guerrero apoyamos a una casa en la que vivían niños con VIH/Sida, algunos de apenas ocho años, que abrían la puerta con una sonrisa tan luminosa que te recordaba que la esperanza no desaparece, incluso en los contextos más difíciles. “Pasen, pasen”, nos decían, como si fuéramos amigos de siempre. En esos encuentros comprendí que la dignidad humana no depende de las circunstancias, sino de la capacidad, incluso en los contextos más duros, de mantenerse en pie con esperanza, de conservar la certeza de que lo difícil es temporal y de reconocer que siempre existe un futuro posible cuando alguien decide tender la mano.
Fuera de México, también, encontré maneras de servir de manera personal. Supe de una escuela donde los alumnos necesitaban calculadoras científicas que se vendían a partir de 80 dólares; para muchos, un lujo inaccesible. Fui con la directora y le dije que podía ayudar, pero que prefería no conocer a los niños: sabía que algún día tendría que irme, y despedirme con el corazón roto habría sido una crueldad involuntaria. Compraba las calculadoras durante mis vacaciones, a un costo mucho menor que en el país donde serían utilizadas; las entregaba discretamente y la maestra me enviaba los nombres de pila de quienes las recibían. Era suficiente. No se trataba de reconocimiento, sino de facilitar caminos que a veces se complican solo por falta de herramientas básicas.

Durante los preparativos de apertura de un resort, tomamos un curso de upselling con la Maestra Kate Buhler, nos preguntó qué haríamos si ganáramos un premio millonario. Escribimos metas personales, pero algunos también incluimos: ayudar, regresar un poco de lo que la vida nos ha permitido vivir. Ella coincidió en que ese propósito era notable. Y confirmé que servir a otros no es un proyecto; es una forma de vivir.
La importancia del giving back en México: imperativo cultural y empresarial
México es un país donde la solidaridad tiene raíces profundas. A diferencia de otros mercados, aquí la sociedad no ve la ayuda social como un gesto extraordinario, sino como una obligación moral. Existe una expectativa tácita: si te va bien, ayudas. Esta visión cultural convierte al giving back en una responsabilidad que trasciende lo individual y toca inevitablemente a las empresas.
Hoy, diversos estudios de percepción: Edelman Trust Barometer, Deloitte y Kantar, confirman que más del 70 por ciento de los consumidores prefieren marcas que demuestran un rol activo en la sociedad. Ya no se trata de “hacer filantropía”: se trata de construir legitimidad. En un entorno donde las desigualdades siguen marcando la vida cotidiana, las compañías tienen la oportunidad y la obligación de ser parte de la infraestructura social.

El consumidor actual es especialmente sensible a la autenticidad. Ve más allá de las campañas y evalúa la congruencia. En un mercado saturado de mensajes, quienes realmente hacen la diferencia no son los que publican fotos entregando cheques, sino los que implementan proyectos continuos, medibles y con impacto real. En un país donde los desafíos son tantos: educación, salud, movilidad social, seguridad alimentaria, apoyar causas no es un acto accesorio, es un pilar de sostenibilidad.
La hospitalidad y el deber de cuidar
La industria de la hospitalidad vive una responsabilidad ampliada. Los hoteles, los restaurantes y los espacios turísticos operan en ecosistemas donde la comunidad local es parte esencial del producto. Generan empleo, ocupan territorio, dan identidad a un destino. Por eso, la licencia social para operar depende en gran medida de la relación que construyen con la gente que los rodea.
La hospitalidad, entendida en su sentido más puro, es el arte de cuidar. Cuidar al huésped, cuidar al colaborador y cuidar a la comunidad. Un hotel o un restaurante que se involucra en causas sociales no solo está ayudando: está honrando la esencia misma de su oficio. Y cuando la ayuda se alinea con la cultura interna, crea equipos más orgullosos, clientes más leales y marcas más humanas.
Conclusión: el acto de dar como destino

Este artículo es sobre lo que he visto, lo que he vivido y lo que he aprendido: que el acto de dar transforma más al que entrega que al que recibe. En nuestro país, donde la adversidad convive con una inagotable capacidad de esperanza, la solidaridad es más que un valor: es un deber cultural, una responsabilidad empresarial y una forma de vivir.
Dar no nos hace mejores. Nos hace más humanos. Nos recuerda que estamos hechos para servir, no para atesorar. Que lo único verdaderamente nuestro es aquello que compartimos.
Y quizá, si logramos que más empresas, más líderes y más personas entiendan esto, podamos construir un país donde la ayuda no sea reacción, sino costumbre; no sea campaña, sino cultura; no sea excepción, sino destino.
Porque al final, lo único que permanece es lo que dimos. Siempre.





